Revoluciones democráticas de masas

27 11 2008

masasEn lo que va de los últimos años hemos asistido a derrocamientos de presidentes neoliberales a través de movilizaciones populares que posibilitaron salidas de transición hacia regímenes democráticos de izquierda. Allá por el 2003, Fidel Castro comentaba ante la prensa argentina que no consideraba ya viables opciones de violencia armada puesto que las masas ya estaban comenzando hacer cosas que no hacían antes.

En 1997, y luego de aplicar un paquete de medidas antipopulares, el entonces presidente ecuatoriano Abdalá Bucaram empieza a ser acosado por el movimiento indígena campesino y otros gremios sociales. La protesta gana las calles. Finalmente, el congreso escogió una salida política –no jurídica- invocar la causalidad de vacancia por incapacidad mental. Fabián Alarcón le sucedió en el poder. En 1998 fue elegido Jamil Mahuad. Hacia el 2000 había abrazado el recetario económico neoliberal.

Otra vez se suscito la oposición del movimiento indígena y los sectores populares. Una movilización a las ciudades ganó un sector del ejército y en Enero Mahuad fue derrocado. Pero los sectores conservadores sabotearon el triunfo popular e impusieron la transición con el oligarca Gustavo Noboa. En el 2002 triunfó una opción de centroizquierda con apoyo indígena, llevando al poder al Coronel Lucio Gutiérrez. Pero en el poder le ganó la sensualidad conservadora y traicionó sus banderas originales. En el 2005 nuevamente la protesta popular desalojaba otro presidente en Quito.

En las elecciones de Diciembre del 2006 triunfó el izquierdista Rafael Correa. Se convocó a una asamblea constituyente. Al parecer, sólo la cristalización de una opción de izquierda democrática terminó con la inestabilidad política ecuatoriana.

Nuestro país ha sido también escenario de una revolución democrática de masas. Fue la que terminó echando de poder a Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos en el 2000. Empezó en 1997 cuando sucesos como la destitución de magistrados probos del Tribunal Constitucional, el despojo del Canal Frecuencia Latina de Baruch Ivcher  y los escándalos sobre torturas y asesinatos de agentes disidentes en el SIN activaron la protesta universitaria. Esta ganó otros sectores. En el 2000 la opción electoral de Alejandro Toledo canalizó este descontento. Boicoteó merecidamente la segunda vuelta electoral y después desplegó la marcha de los cuatro suyos. Todo esto envició y quemó la fiesta a la tercera reelección de Fujimori. Se abrieron fisuras en el régimen y salieron a luz los videos de la vergüenza. 

Todavía en Setiembre y Octubre del 2000 los EE.UU. confiaban en una transición dirigida por el propio Fujimori, que para entonces había ordenado la desactivación del SIN y la persecución de Montesinos. Pero la lógica política de los hechos es implacable, máxime si se trata de un régimen en desbande y descomposición. En Noviembre el sinvergüenza de Fujimori renunció desde el exterior. Vino la transición, la cual, por cierto, no ha terminado. Falta una asamblea constituyente que nos saque de la constitucionalidad fraudulenta de 1993. 

En Diciembre del 2001 el pueblo argentino ganó las calles y vía el “argentinazo” echó del poder a Fernando de la Rúa. Este había sido elegido el año anterior con la promesa de salir del neoliberalismo corrupto de Carlos Menem. No cumplió su promesa. Las masas ganaron la calle y no sólo echaron un presidente. Sepultaron para siempre el neoliberalismo en Argentina. Los sucesores de De la Rúa –Rodriguéz Saá y Duhalde- dejaron de lado el recetario del FMI. Desde el 2003, Néstor Kirchner fue más enfático en esta dirección.

En Octubre del 2003 una movilización popular liderada por los líderes campesinos Evo Morales Y Felipe Quispe, en torno a la riqueza del gas y su uso soberano, convoco amplios sectores de la población. El resultado fue la caída del derechista Gonzalo Sánchez de Losada del poder. Con él también terminaron los años dorados del neoliberalismo en el altiplano. Carlos Mesa fue el sucesor y precario administrador de una nación en crisis social. Finalmente se adelantaron elecciones para el 2005. En ellas triunfo con 53% de los votos el líder campesino Evo Morales del Movimiento al Socialismo (MAS). En el poder nacionalizó el gas y otros recursos. Convocó a una asamblea constituyente. Confrontó la oposición oligárquica y fascistoide de los secenionistas de la región de Santa Cruz. El 10 de Agosto de este año, en un referéndum revocatorio convocado para ratificarlo o no en el poder, el pueblo boliviano le otorgo el 63% de votación favorable.

Tanto en Ecuador en 1997, 2000 y 2005, Perú en Abril – Noviembre del 2000, Argentina en Diciembre del 2001 y Bolivia en Octubre del 2003 observamos algunas notas constantes. Se trata de movilizaciones progresivas que van captando sectores mayoritarios. Estas van ganando las calles. Las fuerzas militares y policiales se ven políticamente cercadas y encuentran poco razonable salidas de violencia y sangre. Finalmente, el gobierno sólo tiene dos opciones: represión o renuncia. La primera es políticamente costosa y echa combustible al fuego. La segunda es más razonable. En el corto plazo se forman gobiernos transitorios o se adelantan elecciones. Por lo general una fuerza de centroizquierda explota los resultados de la jornada de los años previos.

Una explosión de masas puede ocurrir en un país aún cuando este parezca imperturbable a futuro. La estupidez de las élites en procesar los conflictos sociales hará posible ello. Según Lenin, en un breve período revolucionario se puede desarrollar una energía combativa cien veces mayor que en épocas de tranquilidad. La gente no tomará conciencia política leyendo artículos, escuchando conferencias o discutiendo en cafés o bares. Tomará conciencia cuando toquen sus intereses inmediatos. Una persona puede ser cucufata, apolítica, indiferente o ignorante de muchas cosas. Pero el día en que choquen con sus intereses económicos y alimentarios y vea que hay partidos o movimientos que defienden sus intereses no tendrá muchas crisis de conciencia para salir a la calle en su respaldo.

La incapacidad de las élites políticas ira incubando a futuro, nuevas revoluciones democráticas de masas.

Manuel Navarrete





Niños eléctricos

4 11 2008

lecturaNo creo equivocarme si propongo que, como vamos, las jóvenes generaciones se encargarán de desterrar en breve un binomio que en el curso de nuestra vida académica fue vital e insustituible: leer y escribir.

Preguntarnos por las razones que han perfilado esta cultura de rechazo a la palabra impresa no va a cambiar el estado de cosas. Son varias las cuestiones que han confluido en sus estructuras -desde los nuevos códigos verbales acarreados por Internet hasta las ondas posmodernistas que se manifiestan en un ensimismamiento juvenil a veces exasperante-, pero la resultante es una e inequívoca: los desorbitados, los anacrónicos, quienes flotamos en un limbo azaroso sin posibilidad de definir nuestras actitudes y nuestras técnicas somos nosotros.

La experiencia cotidiana es contundente. Los jóvenes no quieren o no pueden decodificar las instrucciones llanas de un examen. Resisten el mínimo encargo de lectura, así sea el de una separata de dos páginas. Se sublevan ante la posibilidad de desarrollar respuestas complejas, y más aún ante la de producir un ensayo. La prensa les es ajena y con ello, sin duda, ahondan la brecha que los separa de una realidad que en el mejor de los casos les es indiferente.

Giovanni Sartori, en el Homo Videns, vaticina el arribo a un punto sin retorno en la evolución intelectual del hombre, la de creer que se puede conocer a través de la pura imagen. “Veo, entonces sé”, vendría a ser en una paráfrasis cartesiana la lógica contemporánea. Esto puede explicar por qué la exposición discursiva carente de referentes visuales deviene en aburrida e inútil. Y también por qué existe la necesidad creciente de suministrar a los jóvenes marcos teóricos y conceptuales cada vez más digeridos.

Sin compartir necesariamente con Sartori las consecuencias catastróficas que el homo videns tendría para la humanidad, considero que se hace indispensable una reflexión a mayor escala en torno a las demandas educacionales de las nuevas generaciones.  

Estamos ante una encrucijada y resulta difícil aventurar salidas. Sin embargo, lo más probable es que al término de esta etapa de transición seamos partícipes de prácticas negociadas e intermedias, que admitan lo anterior y lo actual sin fracturas, conciliando aquello que en este momento solamente nos plantea incertidumbre.

Richard Licetti